Richard A. Friedman explica en "Why are we drugging our soldiers?" (New York Times, 21-4-12) que se ha incrementado significativamente el uso de medicamentos estimulantes entre las tropas destinadas a Irak y Afganistán. En dinero, el gasto anual pasó de 7.5 millones a 39 millones de dólares en el período 2001-2010, y en prescripciones de 3.000 a 32.000 en cinco años.
Los estimulantes como es bien sabido sirven para mitigar la fatiga y la falta de sueño, también incrementan la capacidad de atención y de concentración, con lo cual, se facilita el aprendizaje. Estos medicamentos liberan norepinefrina, sustancia emparentada con la adrenalina, que fortalece la formación de memoria.
Es fácil intuir las ventajas que todo ello ofrece a fin de que el soldado cumpla con eficacia sus misiones y aumente sus probabilidades de supervivencia. Pero, ¿qué sucede al finalizar su destino bélico? El profesor Friedman advierte un incremento en la recurrencia del síndrome de shock post-traumático (PTSD por sus siglas en inglés): La memoria vigorizada también retiene los elementos emocionalmente traumáticos vividos en combate, y con ello aumenta la propensión a revivirlos con motivo de algún estímulo ambiental (ruido, grito, olor, imagen), recreándose el miedo, la ansiedad, el trauma en suma que provocó alguna situación de combate en el frente.
Hacia el final del artículo, su autor señala, por precaución científica -y me imagino que también política- que queda mucho por investigar acerca de este posible vínculo entre la medicación y el PTSD. En cualquier caso, es valioso como advertencia para los usuarios de antidepresivos que los consumen para hacer frente al combate diario de la vida... Cuando dejas el antidepresivo se deja de bloquear la norepinefrina y puede que quedes más expuesto a tus miedos...
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