Vea entonces, con atención, sin palomitas ni nachos, "Monsieur Lazhar" (Philippe Falardeau, Canadá, 2011); Bachir Lazhar, nacido en Argelia, refugiado en Quebec, profesor en un instituto de Montreal, viene a reemplazar a Martine Lachance, que se acaba de suicidar en el aula de clases...La tragedia deja en evidencia un buen puñado de asuntos que compendian la crisis del sistema educativo en los países occidentales, desarrollados y con importantes contingentes de inmigrantes.
¿Por dónde empezar? La constante en el film es que los adultos quieren enterrar cuanto antes -ya no el cuerpo, evidentemente enterrado a las pocas horas- el suceso, supuestamente para no prolongar el trauma en los niños, por respeto a la víctima, para no dejar entreabierta la tumba, y otros argumentos espurios de esta índole. La verdad, que sólo Bachir intenta encarar, es el temor a ahondar en el significado de esta tragedia, de este violentísimo acto en una sociedad -la canadiense y cualquiera otra de Occidente- tan preocupada por la violencia en los centros educativos, la de los niños y jóvenes; pero sólo en sus aspectos sintomáticos, sin atreverse a analizar a fondo sus raíces, porque sería llegar a interrogarse sobre los fundamentos del tipo de civilización que hemos desarrollado entre todos.
En tales circunstancias, aparentaremos controlar la situación con múltiples reglamentos y ordenanzas, con sus correspondientes prohibiciones y sanciones. ¿Prohibiciones?, la más patética, de hondas consecuencias -a mi entender- en el crecimiento afectivo de los niños, es que "los niños no se pueden tocar". En memorable escena, el instructor de educación física se queja de que cómo les va a enseñar ciertos ejercicios sin tocarlos, entonces se limita a que den vueltas en el gimnasio y, concluye amargamente, "tratar con niños es como tratar con residuos radioactivos"...
Lazhar hace una gran labor, pero suscita dudas en la directora (ejemplar burócrata reglamentista), entre alguno de los colegas ("especialistas") y entre algunos padres de familia (xenófobos). Previsible final, su destitución: Bachir es demasiado bueno, demasiado cuestionador, no un mediocre lava...Lo que es innegable es su éxito con sus estudiantes, que lo quieren (en la foto del grupo, para salir sonrientes, no dicen whiskyyyy, sino Bachiiiir) y lo respetan (le hacen caso sin rechistar). Ha sabido, sin ser especialista, abrir espacios para que los niños se expresen, sin presionarlos a que callen y olviden, buscando el momento y la forma adecuados, lejos de los sesudos manuales para másters, sorteando las rigideces del curriculo, mantra sagrado de los pedagogistas.
Léanse cualquier tesis doctoral sobre la crisis de la educación...no les alumbrará más que Monsieur Lazhar.
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