martes, 23 de junio de 2009

VIGENCIA DE ADRIANO

VIGENCIA DE ADRIANO
Análisis sobre el poder a partir de "Memorias de Adriano"[1]



1. Introducción

¿Qué son las "Memorias de Adriano"? Quizás por nuestra limitada trayectoria en análisis literario, la de un simple aficionado a leer literatura para descansar -y oxigenarse mentalmente- de los usualmente monótonos textos de administración y afines, nos sentimos muy a gusto y muy de acuerdo con algunas acotaciones de su autora, Marguerite Yourcenar, en su "Cuaderno de Notas a 'Memorias de Adriano'"[2]: Una novela histórica que "puede denominarse así por comodidad"(247), y que pretende "desarrollarse en un tiempo recobrado"(id.), como una historia que pasara por "dos docenas de pares de manos descarnadas, unos veinticinco ancianos [que] bastarían para establecer un contacto ininterrumpido entre Adriano y nosotros"(242) . Es, asímismo, un ambicioso intento de "reconstruir desde adentro lo que los arqueólogos del siglo XIX han hecho desde afuera"(245).

No es un diario, "el hombre de acción muy rara vez lleva un diario"(253). Es un recorrido "con un pié en la erudición, otro en la magia"(247), en una época, el siglo II d.C, que "fue, durante mucho tiempo, el de los últimos hombres libres"(255).

Una biografía, nos dice magistralmente Yourcenar, que trata de "no perder nunca de vista el diagrama de una vida humana, que no se compone (...) de una horizontal y dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue"(255).
.

¿Por qué una mujer escribiendo sobre un hombre y, además, en primera persona? También responde la autora en su "Cuaderno de Notas...", arguyendo que "la vida de las mujeres es más limitada, o demasiado secreta. Basta que una mujer cuente sobre sí misma para que de inmediato se le reproche que ya no sea mujer. Y ya bastante difícil es poner alguna verdad en boca de un hombre"(246). Dichosamente, la lucha de muchas mujeres en variedad de ámbitos, culturales, económicos, políticos, ha posibilitado una evolución -en donde no sería nada redundante aludir al churchilliano con sangre, sudor y lágrimas- que invalida esta apreciación escrita a finales de los cincuenta del siglo pasado[3]. Ya no es cierta la "imposibilidad (...) de tomar como figura central un personaje femenino; de elegir, por ejemplo, como eje de mi relato, a Plotina [la esposa del antecesor de Adriano, Trajano] en lugar de Adriano"(246). Francesca Gargallo interpreta la justificación de Yourcenar en forma muy sugestiva: "Nos dice de alguna forma: tengo a un hombre por representante de su época porque sólo un hombre podría excluir a las mujeres (...) de su mundo sin vaciarlo de sentido, pero soy yo con mi pluma de mujer quien lo escribe y lo denuncia"[4].

El análisis de la obra y los comentarios respectivos, a partir de la selección de citas, se han hecho en función de lo que consideramos vigente de ella. El trabajo lo dividiremos en cuatro partes: Primera, el hombre, los rasgos más destacables de Adriano como ser humano. Segunda, el político, en donde extraeremos citas que describen algunos pasos, acciones y conductas que Adriano consideró pertinente realizar para alcanzar la cumbre del poder, así como el análisis sobre por qué Adriano la ambicionaba. Tercera, el estadista, Adriano ya como emperador, ejerciendo el poder imperial; y cuarto, epílogo, más modesto y preciso que hablar de conclusiones.


2. El hombre

Adriano inicia su carta a Marco[5], una "meditación escrita de un enfermo que da audiencia a sus recuerdos"(22), con una actitud de humildad y sabia resignación, de ponderada relativización de los logros materiales y simbólicos: "Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil, guardar la calidad de hombre"(9). Y, añade, "he llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada"(10). Habiendo conocido muy bien a sus congéneres, admira a los supuestos irracionales, los animales, a los que se enfrentó innumerables veces en uno de sus pasatiempos preferidos, la caza: "El justo combate entre la inteligencia humana y la sagacidad de las fieras parecía extrañamente leal comparado con las emboscadas de los hombres"(11).

Un hombre sobrio, empezando por lo más elemental, el comer: "Una operación que tiene lugar dos o tres veces por día, y cuya finalidad es alimentar la vida, merece seguramente todos nuestros cuidados"(13), y puede satisfacerse "sin rodear con demasiadas complicaciones el más simple de nuestros goces"(14). Consciente de sus limitaciones como ser humano, formula una recomendación de viva actualidad en estos tiempos de estrés generalizado y ventas récord de somníferos: "Si pensamos tan poco en un fenómeno que absorbe por lo menos un tercio de toda vida, se debe a que hace falta cierta modestia para apreciar sus bondades"(21). Un fenómeno, apostilla en una primera pincelada de su inquietud humanista, en el que "yo no me distingo del servidor negro que duerme atravesado en mi umbral"(id.).

Adriano, discúlpese el tópico de revista del corazón, fue un enamorado del amor, un juego que "me ha parecido lo bastante bello como para consagrarle parte de mi vida"(16). Aunque tuvo variedad de amantes de uno u otro sexo, no se declara lo que hoy diríamos un donjuán: "A falta de genio, esa carrera exige atenciones y aun estratagemas para las cuales no me sentía destinado"(18). Tampoco frecuentó prostitutos o prostitutas: "Me desagrada que una criatura sea capaz de calcular y prever mi deseo, adaptándose mecánicamente a lo que presume ser mi elección"(19), es más, eso "me induciría a preferir los tristes efectos del ascetismo"(id.). El amor es mucho más que el goce físico, lo asimilaré, dice Adriano, "el día en que haya visto a un gastrónomo llorar de deleite ante su plato favorito, como un amante sobre un hombro juvenil"(16).

Adriano era un hombre muy culto y sensible al arte. Su primera formación, no obstante, la considera mediocre, en Itálica (su ciudad natal; lo que hoy es Sevilla, España) sus escuelas "se resentían del ocio provinciano"(34); después, ya en Roma, tampoco la valora en lo que se refiere a "filosofías y poetas"(id.), pero "preparaba bastante bien para las vicisitudes de la existencia humana"(id.), seguramente, inferimos nosotros, por el hecho de que "los maestros ejercían sobre los alumnos un despotismo que yo me avergonzaría de imponer a los hombres"(id.).

Adora Grecia, cuya "siembra de ideas (...) ha fecundado el mundo"(94) y "porque casi todo lo que los hombres han dicho de mejor lo han dicho en griego"(35). Lector entusiasta de poesía pues "no estoy seguro de que el descubrimiento del amor sea por fuerza más delicioso que el de la poesía"(id.), también la escribió; pero reconoce, con modestia, su limitada destreza, ya que "el poeta sólo triunfa de las rutinas y sólo impone su pensamiento a las palabras gracias a esfuerzos tan prolongados y asiduos como mis tareas de emperador"(177).

Un hombre muy sensible a la belleza, tanto de un amanecer, "prodigio cotidiano que jamás he podido contemplar sin un secreto grito de alegría"(151) como de las ciudades. Un esteta que incluso diríase que su afán humanista arranca en esa sensibilidad: Desea que las ciudades del Imperio estén "pobladas de seres humanos cuyo cuerpo no se viera estropeado por las marcas de la miseria o la servidumbre"(113), pues, en definitiva, declara, "me siento responsable de la belleza del mundo"(id.). Multiculturalista avant la lettre, era muy receptivo a otros idiomas y a las "jergas bárbaras" que, afirma premonitoriamente, "valen (...) por todo lo que sin duda expresarán en el porvenir"(36). Señala además que "le placía frecuentar a los bárbaros"(44). Se reconocía cosmopolita: "Jamás tuve la sensación de pertenecer por completo a algún lugar, ni siquiera a mi Atenas bienamada, ni siquiera a Roma. Extranjero en todas partes, en ninguna me sentía especialmente aislado"(105).

Adriano, entrando en la esfera familiar, no tuvo hijos. Todo indica, por otra parte, que la relación con su esposa Sabina se limitó a cumplir con las formalidades y protocolos que se esperan de su dignidad imperial. Expresa poco respeto por la institución familiar, actitud muy probablemente influenciada por su paso, en su primer cargo público, por el "tribunal encargado de los litigios sucesorios"(38), en donde conoció - y sin ningún género de dudas seguiría conociendo caso de ser inmortal- "viejos odios aterradores [y] una lepra de mentiras"(40). Agrega en una reflexión posterior, tras condenar a muerte, por conspiración, a su cuñado y al nieto de su hermana Paulina, "los lazos de sangre son harto débiles cuando no los refuerza el afecto; basta ver lo que ocurre entre las gentes cada vez que hay una herencia en litigio"(211). Ya que aludimos a la conspiración y a su cruenta resolución, refiramos la sentencia genuinamente maquiavélica con que cierra Adriano el enojoso episodio: "El oro virgen del respeto sería demasiado blando sin una cierta aleación de temor"(88).

En lo que atañe a su relación con el género femenino, a excepción de repetidos elogios a la emperatriz Plotina[6], esposa de Trajano, y a la sólida amistad que mantuvieron, la mujer aparece, como era usual en la época, como un medio para los deseos y aspiraciones del género masculino. Sin embargo, ya como emperador, impulsó medidas progresistas para su tiempo, buscando más igualdad y más equidad entre géneros pues "la debilidad de las mujeres, como la de los esclavos, depende de su condición legal"(99). En tal sentido, dispuso para las mujeres "una creciente libertad para administrar sus fortuna, testar y heredar [e] insistí para que ninguna doncella sea casada sin su consentimiento: la violación legal es tan repugnante como cualquiera otra"(99). Por último, señalar que era muy inclinado a conocer y someterse a ritos de magia y hechicería, si bien, en última instancia, no cede al pragmatismo, indispensable en un gobernante pues "los signos del porvenir había que buscarlos en la tierra"(75), afirma después de una de esas experiencias.

3. El político

En este apartado extraemos citas que describen algunos pasos, acciones y conductas que Adriano consideró pertinente realizar para alcanzar la cumbre del poder. Predominantemente se encuadran en lo que después de "El Príncipe" llamamos maquiavelismo. Asímismo, incorporamos el análisis sobre por qué Adriano quería el poder: Ascender en la jerarquía del poder romano, ir adquiriendo renombre, distinguirse en los círculos apropiados, obligaba a Adriano a que "diversos personajes reinaran en [él] sucesivamente, ninguno por mucho tiempo (...), el oficial escrupuloso (...), el melancólico soñador (...), el joven teniente altanero (...), el estadista futuro. Pero tampoco olvidemos al innoble adulador (...), al conversador frívolo (...), al gladiador"(51). A la vez, requería ser un "hombre de teatro, un director de escena"(id.): "Me mostraba deferente hacia unos, flexible ante otros, canallesco cuando hacía falta, hábil pero no demasiado (...) caminaba sobre la cuerda floja. No sólo me hubieran hecho falta las lecciones de un actor, sino las de un acróbata"(54).

Espió para obtener información confidencial o secreta: "Corrompí a precio de oro a antiguos esclavos [ya libertos y que tenían acceso a la cámara del emperador Trajano] que con mucho gusto hubiera enviado a las galeras; acaricié horribles cabeza rizadas"(70). Calculador, astuto evaluador de las oportunidades, pues "tener razón demasiado pronto es lo mismo que equivocarse"(72). Sentía la ambigüedad de que, ambicionando gobernar con honestidad, "ganaba la partida con ayuda de estratagemas asaz turbias"(38). En todo caso, sintetiza en clave inequívocamente maquiavélica, "el fin me importaba más que los medios; lo esencial es que el hombre llegado al poder haya probado luego que merecía ejercerlo"(78). La cumbre suprema de un razonamiento utilitarista para escándalo mayúsculo de Kant.

¿Por qué Adriano quería poder, el Poder, la máxima magistratura imperial? Textualmente nos lo narra: "...lo quería para imponer mis planes, ensayar mis remedios, restaurar la paz. Sobre todo lo quería para ser yo mismo antes de morir"(74). Páginas atrás interpretamos qué es este "ser yo mismo": ser libre, "busqué la libertad más que el poder, y el poder tan solo porque en parte favorecía la libertad"(41).

Y, hacia al final, nos revela la razón última, la más íntima y, a la vez, más poderosa: lograr la inmortalidad, llegar a "sentirse dios (...), un brazo de Júpiter"(121)...Sin embargo, recalquemos, sin perder la perspectiva de su humanidad -"en medio de tantas máscaras, en el seno de tantos prestigios"(145) (uno de los momentos, entre otros muchos, en que sentimos una irreprimible admiración por Adriano, máxime observando a gobernantes actuales en acción...)- lo que distingue a un estadista de un Calígula o un Nerón, por citar a dos colegas de Adriano: "Empecé a sentirme dios [pero] seguía siendo más que nunca, el mismo hombre nutrido por los frutos y los animales de la tierra, que devolvía al suelo los residuos de sus alimentos..."(121.). Y concluye esta honda reflexión, en uno de los pasajes más sugestivos de la obra, con una frase que estimamos muy cargada de religiosidad: "Yo era dios, sencillamente, porque era hombre"(id.). Esto es, a nuestro criterio, la travesía humana como camino de perfeccionamiento, el paso por este planeta como una prueba -y disponer de poder es de las más difíciles en tanto faculta para ejercer mucho bien, así como mucho mal-, una prueba, decíamos, para acercarnos -o alejarnos- de esa imagen y semejanza con que Dios creó su obra máxima: el ser humano. En la perspectiva politeísta de Adriano, para complacer a los dioses (minúscula y plural).

4. El estadista

Siguiendo las definiciones del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE), político es "quien interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado"[7] y estadista, "la persona versada en los negocios concernientes a la dirección de los Estados, o instruida en materias de política"[8]. No quedamos muy satisfechos. Hablamos de estadista en un sentido más lato, el estadista como político de "altura", visionario, con dotes de liderazgo, hábil estratega y prudente gobernante.

Los temas que aborda Adriano, en lo que nosotros estamos hilando como el estadista, son de rigurosa actualidad: Representa a una potencia imperial, un entorno multicultural, la existencia de esclavitud, un conflicto con los judíos... Algunas de las citas que analizamos las consideramos válidas para cualquier gobernante; en otros casos, Adriano alude al imperio y así lo vamos a reproducir, aunque se trate, entonces, de criterios a observar por el gobernante de una potencia imperial. No juzgamos la conveniencia o no de que ésta exista. La reflexión o consejo de Adriano lo rescatamos en tanto útil para la metrópolis sin que sea necesariamente perjudicial para las regiones bajo su poderío o influencia. Es decir, nos asentamos en una realpolitik: las potencias de carácter imperial han existido siempre y hasta la fecha, y prevemos que la actual potencia imperial, los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.), lo seguirá siendo en los próximos lustros del siglo XXI.

Un estadista, un gestor, un gobernante, son valorados por las decisiones que toman y sus consecuencias. Un aforismo de la administración dice: La información es la materia prima de la decisión. En este sentido, Adriano nos dice que "preveía con bastante exactitud el porvenir, cosa posible cuando se está bien informado sobre la mayoría de los elementos del presente"(69). Para la toma de decisiones, añade con pragmatismo, "un príncipe carece (...) de la latitud que se ofrece al filósofo; no puede permitirse diferir en demasiadas cosas a la vez"(15). No obstante, cuidado con que las "aptitudes para lo inmediato y lo práctico [se conviertan] en una total negativa a pensar"(67). Los ámbitos de decisión son múltiples y variados, por ello una cualidad importante, "consistirá cada vez más en rodearse de un personal de confianza"(103), por lo cual "parte de mi vida y de mis viajes ha estado dedicada a elegir los jefes de una burocracia nueva, a adiestrarlos, a hacer coincidir lo mejor posible las aptitudes con las funciones"(id).

Un estadista debe cultivar tres bases de conocimiento sobre los asuntos humanos: "El estudio de mí mismo, que es el más difícil y peligroso, pero también el más fecundo de los métodos; la observación de los hombres (...) y los libros (...). La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana (...) posteriormente, la vida me aclaró los libros"(23). Sublime. Apostilla que alumbra extraordinariamente el porqué no es raro el fracaso de los intelectuales en tareas de gobierno: Su ámbito vital se ha reducido demasiado al mundo académico y de los libros.

El gobernante prudente es tolerante y comprensivo con la inefable naturaleza del ser humano: "En la mayoría de los hombres encontré inconsistencia para el bien; no los creo más consistentes para el mal"(40). Es humilde y sabio (podíamos decir "valga la redundancia"): No debe menospreciarse a los seres humanos, "si así fuera no tendría ningún derecho, ninguna razón para tratar de gobernarlos (...) pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error está en tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee, descuidando cultivar aquellas que posee"(id.). Magistral consejo para todos, tanto para manejar posiciones de poder como para, simplemente, lograr una mejor convivencia.

No debe incurrirse en el nepotismo, cosa que no manifiesta explícitamente Adriano, pero así lo deducimos pues no nombra a ningún pariente en cargo alguno. Virtud, en cualquier caso, facilitada por su escasa inclinación hacia la institución familiar. En clave orteguiana, reconoce que una persona "está casi siempre configurada por la presión de las circunstancias"(25), lo cual en modo alguno significa dejarse a su vaivén. Se requiere método: "preferir las cosas a las palabras, desconfiar de las fórmulas, observar más que juzgar"(37). El estadista también debe ser soldado, sin que éste eclipse al primero. Por eso, Adriano se rodeaba de los que "se esforzaban (...) por prever el futuro nacional y no solamente el suyo propio"(43). Sin embargo, la estabilidad y la prosperidad del imperio en modo alguno podían fundamentarse en el ejército. Había que desarrollar el comercio, pues la transacción de las mercancías lleva consigo también el trasiego de "cierto número de ideas, de palabras, de costumbres bien nuestras, que poco a poco se apoderarán del globo con mayor seguridad que las legiones"(83). Clamorosa la vigencia de esta cita: El poder de los EE.UU. radica mayormente en su potencialidad económica y mediático-cultural que en lo militar, máxime tras la caída del Muro de Berlín, símbolo inmarcesible del derrumbamiento del imperio soviético. Bien es cierto que, tras los acontecimientos del 11 de setiembre del 2001, cuyas consecuencias y reacciones ameritarían sobradamente un ensayo exclusivo, marcan un retorno al reforzamiento militar y a su razonamiento ultranacionalista y autoritario, en detrimento de la influencia económica y cultural. No en vano, obsérvese que al incremento del presupuesto militar le ha seguido el incremento en el proteccionismo económico, tanto agrícola como industrial.

Los paralelismos entre el Imperio Romano y el dominio de connotaciones imperiales de los EE.UU, en este arranque del siglo XXI, los percibimos, en lo que se refiere a la época dorada de Adriano, como limitados. Los síntomas de decadencia en EE.UU. son tan notorios -el último la oleada de escándalos financiero-contables de grandes corporaciones, verdaderos brazos armados del capitalismo made in USA- que deberíamos acudir a dos siglos después de Adriano para encontrar, probablemente, más amplias concomitancias entre dos potencias imperiales en fase decadente. Esta circunstancia es aún más estruendosamente evidente si tratáramos de comparar los respectivos liderazgos: Adriano vrs. G.W. Bush[9]

El 11-S debería ser una oportunidad, desde la óptica de los EE.UU, para un cambio al mejor estilo gatopardiano a fin de fortalecer su primacía; pero, por el contrario, se observa una actitud maniquea, ya reseñada líneas atrás, en la que el mundo se divide en los que acatan y, los que al no hacerlo, son bárbaros, o, por nombrarlo en la jerga de la actual administración estadounidense, son parte -o aliados- de un confuso e indefinido "eje del mal". El Bien contra el Mal, definido el Bien como la lucha contra el terrorismo, según la conceptualización definida unilateralmente de qué es terrorismo y, por lo tanto, quién es terrorista, y, en última y trágica instancia, quiénes son víctimas que lamentar y quiénes constituyen daños colaterales; y el Mal como todo aquel que no comparta esta visión. Un enemigo, además, que no se corresponde con un estado, lo que lo hace relativamente invisible e invulnerable.

Regresando al imperio de Adriano, un tema delicado lo constituyó el gobierno de las minorías étnicas o religiosas. Especialmente estas últimas, en las que atisba una inclinación al fanatismo, por "la feroz intransigencia del sectario frente a formas de vida y de pensamiento que no son las suyas, el insolente orgullo que lo mueve a preferirse al resto de los hombres"(180). Y continúa sobre esta materia - luce innecesario reiterar sobre su vigencia - en tono de una amplia tolerancia religiosa a la que coadyuvan, de seguro, sus creencias politeístas, "que no imponen al hombre el yugo de ningún dogma, se prestan a interpretaciones tan variadas como la naturaleza misma y dejan que los corazones austeros inventen si así les parece una moral más elevada, sin someter a las masas a preceptos demasiados estrictos que en seguida engendran la sujeción y la hipocresía"(id.). Amén.

En esta línea, ante algunos indicios de agitación, "acababa de recordar a los gobernantes de provincia que la protección de las leyes se extiende a todos los ciudadanos"(179); en particular y referente a los cristianos, se proponía "mantener frente a esta secta la línea de conducta estrictamente equitativa que siguiera Trajano en sus mejores días"(id.). Tolerancia, estrategia y, sobre todo, sensibilidad ante la diversidad multicultural exhibió Adriano, al inicio de su gobierno, cuando no estimó suficiente pacificar el conflicto entre griegos y judíos: "el orden en las calles apenas me bastaba; quería, de ser posible, restaurarlo en los espíritus, o hacerlo reinar en ellos por primera vez"(84). Se trasladó a la zona de los incidentes: "Trataba yo de demostrar a los griegos que no siempre eran los más sabios, y a los judíos que de ninguna manera eran los más puros"(id.). Sentía que "aquellas razas que vivían en contacto desde hacía siglos, no habían tenido jamás la curiosidad de conocerse ni la decencia de aceptarse"(id.).

En los años finales de su mandato tuvo que enfrentar un levantamiento revolucionario de los zelotes, judíos radicales. Adriano se siente derrotado a pesar de la victoria militar. Tres años de guerra, un recuento innumerable de daños, pero "nada (...) irreparable, [como] sí lo eran el odio, el desprecio recíproco, el rencor"(189); o aquellos niños, "ferozmente deformados ya por convicciones implacables, que se jactaban en alta voz de haber causado la muerte de decenas de legionarios"(201). Derrotados los judíos, "Judea fue borrada del mapa y recibió, conforme a mis órdenes, el nombre de Palestina"(id.). Reacciones posteriores, entre otras de los judíos cristianizados, le llevan a concluir: "La larga serie de los delirios y los malentendidos continuaba"(id.). La historia, por si alguien anida alguna duda sobre la falsedad del pretendido fin de la historia, continúa, el acopio de odio entre los habitantes de aquellas tierras no cesa.

Adriano no abolió la esclavitud: "Dudo de que toda la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le cambiarán el nombre"(98). Sin embargo, "trabajamos para mejorar la miserable condición del esclavo"(182). Y vaticina muy anticipatoriamente -de los pasajes en donde se nos hizo más patente la mano de una biógrafa del siglo XX- "soy capaz de imaginar formas de servidumbre peores que las nuestras, por más insidiosas, sea que se logre transformar a los hombres en máquinas estúpidas y satisfechas, creídas de su libertad en pleno sometimiento, sea que, suprimiendo los ocios y los placeres humanos, se fomente en ellos un gusto por el trabajo tan violento como la pasión de la guerra entre las razas bárbaras. A esa servidumbre del espíritu o la imaginación, prefiero nuestra esclavitud de hecho"(98).

Para terminar, seleccionamos citas muy claras y concisas sobre algunos otros temas relativos al gobierno: ¿Leyes? "Creo poco en las leyes. Si son demasiado duras se las transgrede con razón. Si son demasiado complicadas, el ingenio humano encuentra fácilmente el modo de deslizarse entre las mallas de esa red tan frágil"(96). Y añade con no menos preclaridad: "Cambian menos rápidamente que las costumbres; peligrosas cuando quedan a la zaga de éstas, lo son aún más cuando pretenden precederlas"(97).

¿Estado? "Hacer del Estado una máquina capaz de servir a los hombres, con el menor riesgo posible de triturarlos"(182). Una máquina cuyo principal peligro "puedo resumirlo en una palabra: la rutina" (103).

¿Política económica? "Favorecer el mantenimiento y el desarrollo de una clase media seria e instruida. Conozco sus defectos, pero un Estado sólo se mantiene gracias a ella"(175). Así como unos mínimos de equidad: "Parte de nuestros males proviene de que hay demasiados hombres vergonzosamente ricos o desesperadamente pobres"(100). "Lo que importa es que la prosperidad sirva para todos y no solamente para la banca (...) y los intermediarios que pululan en nuestras ciudades"(101).

¿Propiedad de la tierra? "Acabé con el escándalo de las tierras dejadas en barbecho por los grandes propietarios indiferentes al bien público; a partir de ahora, todo campo no cultivado durante cinco años pertenece al agricultor que se encarga de aprovecharlo (...) nadie tiene derecho a tratar la tierra como trata el avaro su hucha llena de oro"(id.).

¿Educación? En este campo no formula principio o política alguna, aparte de las referencias sobre la que él mismo recibió y que se citaron en la página cuatro. Sí rescatemos como muy significativo su parecer sobre las bibliotecas: "Fundar bibliotecas equivalía a construir graneros públicos, amasar reservas para un invierno del espíritu que, a juzgar por ciertas señales y a pesar mío, veo venir"(107).

5. Epílogo
Encontrándose Adriano al servicio de su antecesor Trajano, percibió en las provincias limítrofes del Imperio, los síntomas de lo que, a la larga, provocaría la decadencia del Imperio Romano: "Los éxitos habían minado la disciplina (...), no estaba lejos la hora en que nuestras poblaciones campesinas, hartas de soportar la pesada maquinaria militar romana, terminarían prefiriendo a los bárbaros. Las rapiñas de la soldadesca presentaban un problema quizá menos esencial pero más visible"(59-60); por otra parte," administradores civiles (...) pasaban gradualmente a la situación de jefes semi-independientes, capaces de las peores exacciones a nuestros súbditos y de las peores traiciones contra nosotros"(60). Adriano puso fin a estos desmanes, lo que le valió, añadido a otros méritos y circunstancias, que fuera designado por Trajano como su sucesor.

Pronto o tarde, reflexiona hacia el final de la obra, Roma caerá, "era vano esperar (...) esa eternidad que no ha sido acordada a los hombres ni a las cosas"(196). Vendrán tiempos peores, "falsos profetas", "otros amos", "códigos salvajes", "dioses implacables", "despotismo incontestado", "el mundo fragmentado en naciones enemigas", en suma, "nuevos refinamientos de horror"(id.). De tal manera que, "nuestra época, cuyas insuficiencias y taras conocía quizás mejor que nadie, llegaría a ser considerada por contraste como una de las edades de oro de la humanidad"(id.). Nada que objetar a esa precisa carga de profecía.

Adriano, una inusual combinación del esprit de géométrie y del esprit de finesse. Un precursor del modernismo -que nos provoca una interrogante: ¿quién fue un Adriano moderno, si es que lo hubo?- . Un gobernante que hizo acuñar en las monedas de su mandato, "Humanitas, Felicitas, Libertas"(95), una versión preliminar, en coordenadas imperiales, del revolucionario "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Alcanzar ese ideal adriánico exigiría, precisamente, el final del dominio imperial, que no fuera menester ningún emperador, ninguna modalidad de pax romana. Que el único Adriano que imperara, que prosiguiera su vigencia, fuera el ciudadano -y su correlato femenino, ¿Plotina?-, ese hombre, esa mujer, que aún sin aspirar a puestos de poder, cuentan con una visión acerca de lo que es una sociedad más humana, más justa, más libre y, sin mesianismos, pero tampoco sin desentendimientos, procuran en sus círculos de actividad e influencia, contribuir a ella. Finalmente, que los deseosos -y llamados- de ejercer el poder por fin desactualizaran "El Príncipe" de Maquiavelo.

Tarea urgente y considerable, desde nuestra perspectiva latinoamericana, "provincias de un imperio moderno, pero no provincias modernas"[10], en las que no ha existido un Adriano civilizador, y sí muchos déspotas; y, en donde por otra parte, "las democracias no han liberado (...) los partidos tradicionales no representan al pueblo ni al progreso, sino a viejas y nuevas oligarquías..."[11].

Adriano visionario, Yourcenar escribiendo en pleno siglo XX, tanto da. Parafraseando un pensamiento de Adriano sobre el destino de Roma (v.197): El destino final de la humanidad será incumbencia de nuestros sucesores, nuestra tarea -con el bagaje de la palabra escrita que enseña a escuchar la voz humana- es preparar la jornada de mañana. ¨


[1] "Memorias de Adriano". Marguerite Yourcenar. Traducción de Julio Cortazar.Ed. Sudamericana. Buenos Aires. 16ª edición, 1989. Todas las cifras entre paréntesis se referirán a la página correspondiente a esta edición.
[2] Op. cit, pp. 240 a 259.
[3] La última mención a una fecha que se encuentra en el "Cuaderno de Notas..." dice así: "Nada que modificar, en 1958, en las líneas que anteceden..."(258).
[4] http://www.uam/mx/difusion/revista/abr2000/gargallo/html
[5] Marco Aurelio, futuro emperador, a la sazón nieto adoptivo de Adriano e hijo adoptivo de Antonino Pío.
[6] Reproducimos el más extenso y elocuente: "Casta por repugnancia hacia la facilidad, generosa por decisión antes que por naturaleza, prudentemente desconfiada pero pronta a aceptarlo todo de un amigo, aun sus inevitables errores. La amistad era una elección en la que se comprometía por entero, entregándose como yo sólo me he entregado en el amor (...) la intimidad de los cuerpos, que jamás existió entre nosotros, fue compensada por el contacto de dos espíritus estrechamente fundidos"(71).
[7] DRAE . Tomo II. 21ª ed. Madrid, 1992, p. 1634.
[8] Op. cit, Tomo I, p. 905.
[9] Al cerrar estas líneas nos enteramos de que, nada menos que "The Wall Street Journal", ha definido al presidente Bush como "un ex ejecutivo de una petrolera reconvertido en político, que ha llenado su Gabinete de consejeros delegados". Joaquín Estefanía en "El País", Madrid, 14/7/2002.
[10] "El laberinto de los tres minotauros". J.M. Briceño. Monte Ávila Ed. Caracas. 1977, p. 59.
[11] Op. cit, p. 60.

Para pensar...

"Power Point ha pemitido que ideas idiotas se vistan con respetabilidad gráfica y se expandan...Mucha gente en el mundo de los negocios ha dejado de redactar documentos. Sólo escriben las presentaciones, laa cuales son resúmenes sin detalles, sin respaldo. A mucha gente le disgusta el rigor intelectual de hacer el trabajo..." Entrevista de Lee Gomes a los creadores de Power Point. Fuente: Suplemento The Wall Street Journal Americas en "El Financiero" nº 623.

Hablar de malas noticias es una buena noticia si actuamos para rectificar lo que las causa. La capacidad de autocorrección es la clave de la supervivencia de un sistema. George J.W. Goodman en "Los locos años 80". Ed. Grijalbo. Barcelona, 1989.

Interesante ecuación de Philip Kotler: NT + OO = EOO New Technology + Old Organization = Expensive Old Organization..

lunes, 15 de junio de 2009

Los retos de los profesionales en Ciencias Económicas en el siglo XXI: CAPITÁN Y AJEDRECISTA

En un lugar de la blogosfera cuyo nombre no logro recordar, alguien muy perspicaz escribió: los sistemas sobreviven si tienen capacidad para aprender de sus errores. Y los sistemas los gestionan personas, sobre todo, profesionales de las ciencias económicas. Ahí radica el gran desafío: En la capacidad para cambiar, en la habilidad para hacerlo en la dirección correcta, en el liderazgo para implicar –no sólo motivar- a todos los colaboradores para que cada quien, desde su ubicación en el organigrama empresarial o institucional, realice su contribución en la dirección del cambio.

El entorno global -ese marco planetario ineludible, insosyalable- exige con más frecuencia de la que desearíamos una gerencia dinámica. Siempre me ha resultado atractiva la metáfora marina: Navegamos por aguas turbulentas, con corrientes fuera de control –como los astronómicos flujos monetarios que recorren virtualmente los cinco continentes cada día-, en una atmósfera cargada de nubes amenazantes –ambientales, competitivas, de seguridad individual y colectiva-, que exigen un permanente monitoreo de las condiciones de navegación y una rápida, a la vez que prudente, toma de decisiones; esto es, un fino pilotaje, un saber enfrentar las olas peligrosas, sin perder el rumbo, sin dar bandazos, sino plenamente conscientes de nuestra misión –no en vano, punto de partida unánimemente aceptado de la gerencia estratégica, del sentido de nuestra singladura en la que nos hemos comprometido como capitanes (consejeros delegados, gerentes, directores, jefes, etc.).

El profesional de las ciencias económicas debe ser también un ajedrecista, que analice concienzudamente las opciones de que dispone con los recursos disponibles (“piezas”), y no menos agudamente, evalúe lo que puede hacer la competencia con los suyos; no sólo en el corto plazo (un movimiento), sino en el largo (varios movimientos o períodos). En la misma línea de pensamiento estratégico, la visión debe de ser amplia y sistémica: todo el tablero con sus piezas, todo el entorno; imposible ganar la partida atendiendo sólo alguna de las piezas, porque está mejor ubicada o porque es la que está más en peligro coyunturalmente. Sólo una labor de equipo de las figuras disponibles puede hacer efectiva la estrategia, sea de ataque, sea defensiva. En ocasiones, es preciso sacrificar alguna pieza para afianzar la situación, para fortalecer la posición estratégica, análogamente a como el estratega debe renunciar a algún segmento de mercado o descontinuar algún producto del portafolio.

La máxima figura, el rey –gerente general, CEO, como se quiera- nada puede lograr (recordar que únicamente puede moverse una casilla en cada movida), sin su equipo de colaboradores: Los modestos peones, siempre al frente, abriendo sendas; los ágiles alfiles, con sus incursiones en diagonal; los sutiles caballos, capaces de maniobras muy creativas (son los únicos que pueden saltar piezas en su camino); las muy ejecutivas torres, escondidas en las esquinas del tablero, pueden ser determinantes en sus profundos movimientos en línea recta. Y, finalmente, la poderosa reina –juego con este rasgo feminista, pero practicado por pocas mujeres-, absolutamente decisiva por su contundente presencia, puede desplazarse como el rey, en todas direcciones, pero sin limitarse a un sólo espacio cada vez (¿”el poder detrás del trono”?).

El ajedrecista –el estratega- si toma una mala decisión, debe autocontrolarse; alterarse, pretender corregir precipitadamente el error, en la inmensa mayoría de las ocasiones, no provoca más que un empeoramiento de la situación. Por otra parte, en modo alguno puede confiar en el azar, en el golpe de suerte. Puede haberlo, cómo no, un despiste más o menos clamoroso del contrincante, que modifica radicalmente el panorama de la partida; pero jamás puedes quedarte esperando a por “un buen naipe” o “un buen rodar de los dados”...La victoria será el resultado de una conjunción de cualidades de la personalidad, no necesariamente del más inteligente: perseverancia, orden, metodicidad, concentración y, por supuesto, el respeto a las reglas del juego...

El ajedrez te hace humilde: ¡qué duro perder una partida!, ¡qué sensación poco amable para el amor propio! No puedes apelar a la “mala suerte” (el azar del naipe o del dado). La próxima vez deberás esforzarte más, rememorar –para no repetir- errores de partidas anteriores, evitar precipitaciones. Por otra parte, si has ganado, mal harás en creer que la próxima partida sucederá lo mismo, relajar el rigor que te ha llevado a la victoria, dar campo a la vanidad –y lo peor- menospreciar al rival.

Dejemos ya las sugestivas alegorías, sinteticemos lo que destilan, lo que exigen los retos del siglo XXI al profesional de las ciencias económicas: 1. Conocimiento, actualización de su capital intelectual para evaluar con el mayor alcance y precisión el entorno global y, a continuación, tomar las decisiones oportunas. 2. Autoconocimiento, mejorar su capacidad de reflexión, introspección, autocrítica, de acuerdo con el antiquísimo principio de que si no te conoces bien a ti mismo, no podrás conocer a los demás, ser capaz de generar empatía, de percibir las necesidades, anhelos e inquietudes de tus colaboradores; no podrás, en definitiva, ejercer liderazgo. 3. Son tiempos, qué duda cabe, que exigen liderazgo y, subrayaría -entre otras muchas facetas de su ejercicio- la ejemplificación de los valores que queremos caractericen a nuestra organización, y que no pueden ser otros que los compendiados en el concepto de Responsabilidad Social Empresarial, un nuevo paradigma ético, un nuevo instrumento de navegación, la brújula moral para que el sistema capitalista de economía de mercado enderece su rumbo, corrija sus derivas destructivas y siga siendo instrumento de progreso económico, tecnológico y socio-cultural. ♣

¿Cuándo ahorrar?

El Banco Popular hace un llamado a sus clientes para que dediquen una parte de sus recursos al muy saludable y olvidado hábito del ahorro: “Cuando el pronóstico del tiempo no es muy halagador…Ahorrar nos da tranquilidad y confianza”. Entre las muchas lecturas bíblicas que –sea cual sea el credo particular- convendría releer de tanto en tanto, recomiendo la historia de José (Génesis, 37-50), en lo que hoy nos atañe, por su condición de pionero en el pronóstico de los ciclos económicos. Como bien se recordará, anticipó que a los siete años de vacas gordas seguirían siete de vacas flacas.

Cuando éstas llegan, pedir a la ciudadanía que ahorre ya es demasiado tarde, ha quedado atrapada en el desahorro de la época de prosperidad, es decir, en el endeudamiento inmoderado fundado en la creencia, falsa, pero increíblemente recurrente, de que la bonanza será perenne: Crecerán ininterrumpidamente los ingresos y el valor de las propiedades inmuebles. La realidad es que no hay capacidad de ahorro para la inmensa mayoría, en especial incluso, para los segmentos a los que se dirige el Banco Popular, bien por el rezago de los ajustes salariales respecto a la inflación, bien porque se libra una angustiosa lucha por pagar a tiempo las deudas, a fin de evitar que la sobrecarga financiera de la morosidad acabe por obligarlos a acudir a algún intermediario financiero informal –dicho finamente-, una garrotera por decirlo con la contundente jerga tica.

En definitiva, es al revés: “Cuando el pronóstico del tiempo es muy halagador…Ahorrar le dará tranquilidad y confianza”, sea para adquirir bienes duraderos sin endeudarse, o haciéndolo razonablemente, sea para contar con ese respaldo cuando sobrevengan las dificultades…¿Qué raro..vienen a mi mente palabras de mis abuelos…? No, no; no eran licenciados, muchísimo menos masters en alguna de las ciencias económicas; apenas estudios primarios…Si acaso la maestría era en prudencia y sentido común.