Lo que más admiro de los Estados Unidos es su libertad de expresión, consagrada constitucionalmente y avalada reiteradamente por su Corte Suprema. Ello ha permitido desarrollar un periodismo modélico, uno de cuyos hitos es el caso Watergate, que terminó con la destitución de la máxima autoridad política, el Presidente.
"Spotlight" (Thomas McCarthy, Estados Unidos, 2015) rememora el trabajo periodístico de un grupo de investigación del The Boston Globe así denominado, que destapó el escándalo -que desde entonces no ha dejado de tener réplicas en muchos lugares del mundo- de la pedofilia en el seno de la Iglesia Católica. En este caso, en la archidiócesis de Boston, Massachussets.
Como apunta sagazmente el editor del periódico, no se trataba de narrar casos individuales, aparentemente aislados, sino comprobar -y así darlo a conocer- que la corrupción estaba muy arraigada, porque era sistémica, esto es, porque estaba protegida. Y ello vale para todo tipo de práctica corrupta que se enquista. No sirve descubrir un caso -más bien puede ser una cortina de humo (como el descubrimiento de un mini-alijo de droga, mientras lo gordo pasa desapercibido)- hay que desentrañar qué esquema de operación permite la reiteración del delito, por años.
En el episodio que nos ocupa, la protección venía -como suele suceder- de lo más alto de la jerarquía: El cardenal, jefe máximo de su circunscripción, en la Iglesia Católica, la archidiócesis. Dicha protección consistía en la reasignación del cura pedófilo a otra parroquia (!!¡¡), y sólo en casos reiterados se le daba de baja por razones de salud y se le enviaba a un centro psiquiátrico. La perversidad del engranaje es como para hacerse ateo de por vida; sin embargo, como se apunta en uno de los diálogos, hay que saber discernir entre la institución, creación humana, y la religión como senda de crecimiento espiritual.
Otra faceta que la película plantea atinadamente es la pobreza de juicio ético para autojustificar el papel que un profesional desempeña para tapar la maldad de lo sucedido. En los dos casos más notorios, como no podía ser de otro modo, involucra a abogados, ambos justificándose en que cumplían con su trabajo y obedecían a sus superiores o que habían firmado cláusulas de confidencialidad.
En el periodismo, como en toda profesión, hay desde luego sujetos sinvergüenzas. En este caso, se trata de un equipo absolutamente comprometido con su profesión, con su vocación, con lo que sienten que es su deber para con la opinión pública (también se encuentran muy sensibilizados al pensar que ellos mismos o sus hijos podían haber sido víctimas; nadie estaba a salvo, eran casi noventa los curas que fue demostrado habían incurrido en abusos sexuales). Me salta a la mente una escena: Cuando unos registros judiciales son abiertos al público -deberían de haberlo sido siempre, pero la Iglesia maniobró para evitarlo-, el funcionario le advierte al periodista: "Espero que sepa su responsabilidad en publicar este material tan delicado". El periodista le responde: "Sé muy bien cuál es la mía en no publicarlo...".
Una sociedad con libertad de expresión, con libertad de prensa, es una sociedad más preparada para cambiar, para depurarse, para debatir, para progresar a partir del libre debate de las ideas. Eso es lo que ha salvado -viene salvando- a nuestras sociedades capitalistas, tan desiguales, tan plagadas de injusticias; pero con libertades para encontrar soluciones, para renovar gobernantes. Por el contrario, la falta de libertades es lo que hundió a las sociedades comunistas, tan igualitarias, tan solidarias, tan revolucionarias...Las mayores monstruosidades de la historia de la humanidad -después del nazismo- se hicieron en nombre del comunismo.