Se disponía Santa Claus
a iniciar su singladura por el planeta en la jornada del veinticuatro de
diciembre. Su espíritu tomó la muy conocida forma de un hombre bien regordete
con poblada barba blanca y atuendo rojo con costuras blancas, que se desplaza
por el firmamento con una majestuosa carroza tirada por imponentes alces.
Su
tarea en realidad, aunque se pueda desplazar a la velocidad de la luz, no es la
de proporcionar obsequios a millones de hogares en donde los niños lo esperan
con inusitada ansiedad, sino la de supervisar
lo que sucede esa noche en infinidad de puntos del orbe e intentar, con el
poder de su espíritu amorosísimo, llevar algo de él a un sinfín de familias,
que les alcance una chispa de amor que haga la noche distinta y única en el
año.
En esta oportunidad, su
partida se demoró algo. Fiel a la otra cara de la tradición, El Grinch se hizo
presente, a punto estaba Santa de convertirse en un punto de luz en el
firmamento.
-Estimadísimo colega
–saludó-. ¡Qué panorama te vas a encontrar ahí abajo, en tu amado planeta. Esa
humanidad está cada vez más extraviada!
-Sí, sé que tienes
razón –respondió Santa en tono meditativo-, por mucho que me duela reconocerlo.
-Son como niños, y me
refiero a los adultos, claro –continuó El Grinch-. Infantilizados,
irresponsables, pegados a sus artilugios tecnológicos. Por supuesto que los
niños los imitan.
Santa se limitó a
asentir con ostensibles movimientos de cabeza.
El Grinch prosiguió: -Y
ya no digamos con el dinero, el invento más endiabladamente perverso –y nunca
mejor dicho- de mi Jefe para hacer a
los humanos marionetas de lo más manipulable. Ya puede el tuyo –El Grinch se
refería al Jefe de Santa, Dios- ir
tratando de derramar el amor, contigo, con lo que llamáis santos, con las
supuestísimas Sagradas Escrituras…
-Bueno, ya ya
–interrumpió airado Santa-. Mucho os equivocaréis si creéis haber vencido.
-Cierto Santa –admitió
El Grinch-. Sería un grave error cantar victoria antes de tiempo, eso no ha
hecho más que empezar. No es una carrera corta, es de larga, muy larga
distancia, y la vamos ganando. Cada vez los buenos
–recalcó con irónico deleite- sois menos y estáis más rezagados.
Santa escuchaba
pacientemente mientras acababa de preparar su nave- trineo con alces voladores
según la tradición de los cuentos infantiles-.
-Yo vengo de ahí abajo
–continuó refiriendo El Grinch-. Y es un auténtico festín de nuestras huestes.
Guerras de todo tipo, desde las que dan noticias en los medios, a las
microguerras en el interior de miles de hogares, en donde la violencia incluso
supera nuestras expectativas, teniendo en cuenta que nos encontramos en una
fecha en que celebráis un episodio culminante de vuestro fantasioso relato, con
reyes magos incluidos dentro de unos
días-. Y a continuación estalló en una enorme carcajada.
Hizo silencio por unos
instantes. Volvió a ver a Santa, que seguía cabizbajo con sus preparativos. El
Grinch prosiguió en tromba: - Y lo que te decía al principio sobre la
tecnología. Realmente tu Jefe creó un
ser extraordinario y por eso ha sido capaz de tantos avances excepcionales,
pero ¡qué manera de emplearlos! Siento pena por ti –hizo una breve pausa-. ¿A
su imagen y semejanza creó Dios a esos mamarrachos? –se interrogó El Grinch
enfatizando sardónicamente su asombro-. Algo le salió mal. En cambio a mi Jefe, la tarea le resulta día a día más
sencilla. ¿Te has fijado el odio que circula como materia prima principal en
eso que llaman redes -nada menos que- sociales?-.
Otra estruendosa carcajada puso punto final a su perorata.
Santa había finalizado
sus arreglos de viaje. Suspiró hondo, se irguió con las manos en las caderas,
dirigió su penetrante mirada al Grinch y le dijo: -El Bien es silencioso. Miles
de seres humanos están tomando conciencia de los graves peligros que corren
como civilización, por las guerras, por las despiadadas desigualdades, por los
gravísimos daños infringidos a la Madre Naturaleza. En su quehacer cotidiano
procuran, en la medida de sus posibilidades, contribuir a un mundo mejor. Y su
ejemplo, muy poco a poco, cierto, irá permeando en otros seres-. La batalla -continuó
con firmeza no exenta de suavidad- no lo puedo negar, en estos momentos está casi perdida. Confío en
que la humanidad sepa revertir a tiempo esta derrota que se avecina. Por eso
voy para allá, para dar fortaleza a esos espíritus, unos pacíficos, otros
aguerridos, que son bien conscientes – o despierten a ello-del porqué están
encarnados en este planeta, de cuál es el sentido profundo de la existencia.
Y, desde luego, tu Jefe –añadió Santa con magnética energía
que mantenía al Grinch enmudecido- está logrando resonantes victorias, sobre
todo, por su capacidad de penetrar en la mente y el corazón de los que deberían
constituirse en líderes de la humanidad. Pero no dudes –Santa acentuó su tono
exhortativo, pletórico de fe- en que el Amor vencerá. No sé cuántas víctimas del odio quedarán en el
camino, pero esa inmemorial guerra entre el Bien y el Mal la acabaremos ganando.
Aunque te vas a mofar, y no te faltan motivos, Dios no se equivocó.
Reinó un silencio
descomunal. El Grinch quedó, a su pesar, algo conmovido. Había ido moderando su
proverbial gesto burlón e inclinando ligeramente la cabeza. La levantó con
determinación y se despidió: - Te admiro Santa, eres un gran rival. Nos vemos
el año que viene.
-Hasta el año próximo,
hermano –respondió Santa, ya instalado en su nave. Partió como una exhalación,
en instantes era un punto de luz en el universo.