miércoles, 2 de enero de 2019

SANTA CLAUS: DIÁLOGO ANTES DE PARTIR.

Se disponía Santa Claus a iniciar su singladura por el planeta en la jornada del veinticuatro de diciembre. Su espíritu tomó la muy conocida forma de un hombre bien regordete con poblada barba blanca y atuendo rojo con costuras blancas, que se desplaza por el firmamento con una majestuosa carroza tirada por imponentes alces. 

Su tarea en realidad, aunque se pueda desplazar a la velocidad de la luz, no es la de proporcionar obsequios a millones de hogares en donde los niños lo esperan con inusitada ansiedad, sino la de supervisar lo que sucede esa noche en infinidad de puntos del orbe e intentar, con el poder de su espíritu amorosísimo, llevar algo de él a un sinfín de familias, que les alcance una chispa de amor que haga la noche distinta y única en el año.

En esta oportunidad, su partida se demoró algo. Fiel a la otra cara de la tradición, El Grinch se hizo presente, a punto estaba Santa de convertirse en un punto de luz en el firmamento.

-Estimadísimo colega –saludó-. ¡Qué panorama te vas a encontrar ahí abajo, en tu amado planeta. Esa humanidad está cada vez más extraviada!

-Sí, sé que tienes razón –respondió Santa en tono meditativo-, por mucho que me duela reconocerlo.

-Son como niños, y me refiero a los adultos, claro –continuó El Grinch-. Infantilizados, irresponsables, pegados a sus artilugios tecnológicos. Por supuesto que los niños los imitan.

Santa se limitó a asentir con ostensibles movimientos de cabeza.

El Grinch prosiguió: -Y ya no digamos con el dinero, el invento más endiabladamente perverso –y nunca mejor dicho- de mi Jefe para hacer a los humanos marionetas de lo más manipulable. Ya puede el tuyo –El Grinch se refería al Jefe de Santa, Dios- ir tratando de derramar el amor, contigo, con lo que llamáis santos, con las supuestísimas Sagradas Escrituras

-Bueno, ya ya –interrumpió airado Santa-. Mucho os equivocaréis si creéis haber vencido.

-Cierto Santa –admitió El Grinch-. Sería un grave error cantar victoria antes de tiempo, eso no ha hecho más que empezar. No es una carrera corta, es de larga, muy larga distancia, y la vamos ganando. Cada vez los buenos –recalcó con irónico deleite- sois menos y estáis más rezagados.

Santa escuchaba pacientemente mientras acababa de preparar su nave- trineo con alces voladores según la tradición de los cuentos infantiles-.

-Yo vengo de ahí abajo –continuó refiriendo El Grinch-. Y es un auténtico festín de nuestras huestes. Guerras de todo tipo, desde las que dan noticias en los medios, a las microguerras en el interior de miles de hogares, en donde la violencia incluso supera nuestras expectativas, teniendo en cuenta que nos encontramos en una fecha en que celebráis un episodio culminante de vuestro fantasioso relato, con reyes magos incluidos dentro de unos días-. Y a continuación estalló en una enorme carcajada.

Hizo silencio por unos instantes. Volvió a ver a Santa, que seguía cabizbajo con sus preparativos. El Grinch prosiguió en tromba: - Y lo que te decía al principio sobre la tecnología. Realmente tu Jefe creó un ser extraordinario y por eso ha sido capaz de tantos avances excepcionales, pero ¡qué manera de emplearlos! Siento pena por ti –hizo una breve pausa-. ¿A su imagen y semejanza creó Dios a esos mamarrachos? –se interrogó El Grinch enfatizando sardónicamente su asombro-. Algo le salió mal. En cambio a mi Jefe, la tarea le resulta día a día más sencilla. ¿Te has fijado el odio que circula como materia prima principal en eso que llaman redes -nada menos que- sociales?-. Otra estruendosa carcajada puso punto final a su perorata.

Santa había finalizado sus arreglos de viaje. Suspiró hondo, se irguió con las manos en las caderas, dirigió su penetrante mirada al Grinch y le dijo: -El Bien es silencioso. Miles de seres humanos están tomando conciencia de los graves peligros que corren como civilización, por las guerras, por las despiadadas desigualdades, por los gravísimos daños infringidos a la Madre Naturaleza. En su quehacer cotidiano procuran, en la medida de sus posibilidades, contribuir a un mundo mejor. Y su ejemplo, muy poco a poco, cierto, irá permeando en otros seres-. La batalla -continuó con firmeza no exenta de suavidad- no lo puedo negar,  en estos momentos está casi perdida. Confío en que la humanidad sepa revertir a tiempo esta derrota que se avecina. Por eso voy para allá, para dar fortaleza a esos espíritus, unos pacíficos, otros aguerridos, que son bien conscientes – o despierten a ello-del porqué están encarnados en este planeta, de cuál es el sentido profundo de la existencia.

Y, desde luego, tu Jefe –añadió Santa con magnética energía que mantenía al Grinch enmudecido- está logrando resonantes victorias, sobre todo, por su capacidad de penetrar en la mente y el corazón de los que deberían constituirse en líderes de la humanidad. Pero no dudes –Santa acentuó su tono exhortativo, pletórico de fe- en que el Amor vencerá. No sé  cuántas víctimas del odio quedarán en el camino, pero esa inmemorial guerra entre el Bien y el Mal la acabaremos ganando. Aunque te vas a mofar, y no te faltan motivos, Dios no se equivocó.

Reinó un silencio descomunal. El Grinch quedó, a su pesar, algo conmovido. Había ido moderando su proverbial gesto burlón e inclinando ligeramente la cabeza. La levantó con determinación y se despidió: - Te admiro Santa, eres un gran rival. Nos vemos el año que viene.

-Hasta el año próximo, hermano –respondió Santa, ya instalado en su nave. Partió como una exhalación, en instantes era un punto de luz en el universo.

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