Así de apocalíptico finaliza su artículo en La Nación del pasado lunes (12-2-18, p. 29A) el siempre ameno historiador de la Universidad de Costa Rica, Iván Molina Jiménez. Al inicio, rememora las elecciones de 1.894, "última vez que una campaña electoral estuvo dominada por la religión en Costa Rica" y que "mediante prácticas fraudulentas", concluyó con el triunfo del candidato oficialista Rafael Iglesias, yerno del presidente saliente José Joaquín Rodríguez.
124 años después la religión vuelve a dominar una contienda electoral, así inicia su análisis pertinente del resultado obtenido por los principales partidos en liza. Dedica más espacio para explicar el despegue de Restauración Nacional y su candidato Fabricio Alvarado, con lo cual "la religión (queda) estratégicamente posicionada para la segunda ronda electoral", lo que estima infausto pues, a su juicio, la elección del primer domingo de abril "no es simplemente para escoger entre dos candidatos o entre dos partidos políticos; es para elegir entre (...) la civilización o la barbarie".
Aciaga, aparatosa y falsa disyuntiva. Alguien sabio y perspicaz dijo, hace muchos años, que entre la civilización y la barbarie hay un paso: La decadencia. Ahí nos encontramos bien instalados y, gane quien gane, dependerá de la capacidad para unir fuerzas y alcanzar consensos en los delicados problemas económico-sociales del país, y no de asuntos religiosos, que el nuevo Presidente logre cambiar el rumbo hacia la barbarie que lleva la sociedad costarricense, con guías sexuales o sin ellas, con matrimonios gais o sin ellos...