Una lúcida reflexión del escritor canario Nicolás Melini (El País, 19-8-16), me lleva a una propia, en este caso, sin academicismo alguno, y sin cita alguna...
La pornografía es la modalidad de educación sexual que recibe una gran mayoría de jóvenes de hoy, a pocos links de distancia de su artefacto tecnológico preferido. Se centra tanto, esta modalidad formativa, en lo genital, gira tanto en torno al orgasmo como fin supremo, que los jóvenes se van a perder lo mejor, la dimensión comunicativa de la sexualidad, la expresión polimorfa de un sentimiento, por fugaz que pueda ser éste.
El deseo requiere, para su mejor satisfacción, de un lenguaje -por no decir la manoseada expresión protocolo- para su consumación más genuinamente apasionada, sin confundirlo con la búsqueda de algún récord como si fuera una competición. Dicho de otrra manera, más cruda, que la relación sexual no se reduzca a una masturbación en orificio ajeno...
El consumidor de pornografía, ¿qué tendrá en la mente al relacionarse sexualmente con otra persona?, Melini responde -y lo comparto- que seguramente se verá como un espectador de esa relación, valorando narcisísticamente qué tan bien lo está haciendo respecto al patrón establecido por el cine porno...
Como decía el poeta, el cantautor catalán Lluís Llach (no recuerdo en cuál canción, no entro ahora en Google, que con toda seguridad me lo resolverá), el orgasmo es sólo el acento en un texto hecho de palabras, sonrisas y caricias...