Genial fabulación de Julian Barnes ( "Una historia del mundo en diez capítulos y medio". Anagrama, Barcelona, 6a. edición, 2009. Capítulo 1) acerca de qué pudo pasar en el Arca de Noé desde el momento del embarque, durante el diluvio, y en la parada final al bajar las aguas, y el desembarque. Para ese recorrido literario en el interior del Arca -con humor, irreverencia y provocación intelectual- Barnes adopta el punto de vista de una especie no invitada, polizón: la carcoma...
Tras criticar que qué culpa tenía el reino animal de que la máxima creación de Dios hubiera salido tan díscola y desobediente ("una especie cuya creación no hablaba demasiado bien de su creador"), nos pone al corriente de una serie de circunstancias: La primera que un "animal particularmente perezoso" llegó tarde al embarque. Que hubo "duras y envidiosas palabras respecto a los peces", mientras los anfibios "empezaron a adoptar un aire claramente presuntuoso".
Inevitablemente, unas especies se comieron a otras; otras especies estaban sobrerrepresentadas, habían muchos más que una pareja. Lo que al principio podía interpretarse como un privilegio, resultó ser que eran las provisiones nutricionales de Noé y su familia.
Noé era un hombre realmente temeroso de Dios...más le valía, "dada la naturaleza de Dios, probablemente ésa era la conducta más segura"...
Algunas especies míticas desaparecieron, por la voracidad de la familia Noé o por sus manías u obsesiones. Recuerden que eran animales híbridos, mitad de una especie, mitad de otra. Sem -uno de los hijos de Noé- tenía obsesión por la pureza de las especies, cuando su familia era un auténtico "revoltijo genético"...
El caso de extinción más penoso fue el del unicornio ("fuerte, honrado, intrépido, impecablemente aseado"), admirado por todos, le causó celos a Noé y también al otro hijo de Noé, Cam, pues corrían "rumores sórdidos" de que su mujer "había hecho un uso innoble de su cuerno...".
Noé, siguiendo el hilarante recuento de la carcoma, era un marinero pésimo, en un primer vistazo parecía un gorila, pero éste hubiera dirigido mejor el Arca. Era colérico, no se le olvida a nuestra narradora el feroz castigo que inflingió al asno por tratar de montar a la yegua, fue un milagro que la humanidad no perdiera también esa especie.
En todo caso, hay que reconocer que no todo era culpa de Noé, pues hay que entender que se sentía agobiado por Dios; siempre, para cualquier paso a emprender, estaba preguntándose que pensaría Él. La absoluta devoción y congoja eran comprensibles: Fue elegido, junto con su familia, como único superviviente sobre la tierra...
Al desembarcar, Noé hizo un discurso de tono muy conciliador. Claro, nos dice la carcoma, no quería que las especies más grandes -almuerzo y cena durante la travesía- salieran huyendo del Arca. Se quedaron las especies menos espabiladas, más temerosas, que "se habían vuelto dependientes de su cárcel y su carcelero", cerdos, vacas, ovejas, gallinas y algunas cabras...
Cierra la narración con una disertación memorable, una síntesis concluyente, acerca de las debilidades del género humano que la infiltrada narradora había aprendido a lo largo de la travesía: Una especie indiscutiblemente inteligente; pero imprevisible, voluble, poco apegada a la verdad, olvidadiza por conveniencia. "Echarle la culpa a alguien, ése es siempre vuestro primer instinto. Y si no podéis culpar a otro, entonces empezáis a afirmar que el problema en realidad no existe. Reformemos el reglamento, cambiemos de sitio la meta". Noé, con todos sus defectos, "era el mejor de un pésimo grupo", todos lo demás candidatos eran peores. Era alcohólico, "sencillamente le abrumaba la responsabilidad", su actitud para conservar un puesto para el que no estaba capacitado, "habría tenido el mismo efecto catastrófico en la mayoría de los miembros de vuestra especie"...