La reflexión de ayer surgió con la película "Le démantèlement" (Sébastien Pilote, Canada, 2013). Incomunicación entre padres e hijos, entre hermanos, entre cónyuges...entre el campo y la ciudad. De la incomunicación al distanciamiento, a hacernos extraños, a desafectivizarnos. Los hijos inician sus propios proyectos vitales y van quedando de lado los padres.
En la película son dos hijas y, como también suele suceder, bastante diferentes entre ellas. Una escoge carrera artística, la otra, más convencional, casarse y tener hijos con un ejecutivo financiero. Ambas se han distanciado del padre, no tanto de la madre porque ella las visita con cierta frecuencia, el papá no puede porque la granja -en la que siempre ha vivido y que en los últimos cuarenta años sólo él ha cuidado como legado familiar- no se lo permite: "he intentado explicarles a las ovejas lo que son los fines de semana, pero no me hacen ningún caso...".
La ciudad -Montreal- atrajo a las jóvenes respecto a lo que les ofrecía el mundo rural. Comprensible. Sin embargo, cuando las cosas se ponen difíciles, entonces sí, ahí está el padre para que ayude a pagar las deudas de la hija mayor, que, en realidad, vivía una ficción: se va a divorciar y todo son hipotecas...El papá liquidará la granja, para pasar a vivir en un minúsculo apartamento...tema para una segunda entrega de la película, sin duda.
El final no quiere ser fatalista, hay una tenue esperanza de recuperación de la comunicación paterno-filial. De una hija, por el sacrificio que ha asumido su padre; de la artista, por su mayor sensibilidad...por si acaso, de las pocas cosas que el papá se lleva de la casa de la granja al apartamento es una computadora usada que hace poco le regaló su contador...
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