Lo que bien puede considerarse grotesca escenificación de la violencia como entretenimiento en el cine de Quentin Tarantino, ha sido ya terroríficamente superada en la realidad con la puesta en escena de las ejecuciones de rehenes del Estado Islámico (Daech). Jonathan Nossiter en Le Monde ("Etat Islamique ou génération Tarantino", 17-12-15) disecciona los videos del E.I. no sólo como una puesta en escena hollywoodiana, sino más particularmente, como el "universo audiovisual" de Tarantino, al que critica su goce por la violencia, su "exaltación puramente formal del acto violento", que conduce a "la anestesia psicológica y moral", esto es, a la fascinación -en mentes sin defensas éticas mínimamente forjadas- por ser partícipes de ese espectáculo. Dice Nossiter: Atacar a la sociedad del espectáculo con el espectáculo. No pocos jóvenes sueñan con ser estrellas de Hollywood. Ahora otros sueñan con serlo en Daechwood.
El último trabajo de Tarantino, "The hateful eight", es una montaña rusa de actos violentos que, sin embargo, en los espacios de diálogo, provoca -en un espectador con cierta madurez para ello (el popular PG, parental guide, lo necesitan muchísimos mayores de 18 años)- diversas reflexiones sobre el fenómeno de la violencia.
La primera de tinte garciamarquiano: La violencia es la partera de la historia. Segunda, que las sociedades llegan a los que hoy llamamos civilización a partir de la barbarie que, en el caso de los Estados Unidos en donde sucede la película, se manifestó sobre todo en la consideración infrahumana del negro. La herencia maldita del racismo, de la esclavitud, de la discriminación es tan abrumadora que no ha podido ser totalmente superada. Son recientes los últimos estallidos con motivo de agresiones policiales a ciudadanos negros.
Tercero, la civilización es una frágil barandilla para no caer en la barbarie, tema (me viene a la mente fulminante) en el que se regocija el Joker en la imborrable interpretación de Heath Ledger en El caballero de la noche. Cuarto, aludiendo a una idea de los agitados sesentas, nos encontarmos en la fase intermedia entre civilización y barbarie: la decadencia.
Por último, la película cuenta con su dosis -homeopática- de optimismo o de esperanza: La anécdota de la supuesta carta de Abraham Lincoln al Mayor Marquis, que interpreto como tabla de salvación, toque de esperanza de que la historia pueda cambiar su curso sangriento gracias a grandes líderes, con capacidad para las grandes decisiones, así como para ser fuente de inspiración para muchos otros. No es gran cosa, pero es que no hay mucho más que decir...
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