lunes, 3 de enero de 2011

RITMO LENTO...

Este es el título del libro que me acompañó los últimos días del 2009. Obra de Carmen Martín Gaite (Ed. Siruela, Madrid, 2010), autora que tenía pendiente de conocer. Esta novela la escribió a inicios de los sesenta del siglo pasado y algunos de sus planteamientos mantienen toda la actualidad, a pesar de las décadas transcurridas. Su protagonista, David Fuente, "tiene inteligencia para triunfar en la vida en cualquier actividad que se proponga, pero es incapaz de hurtarse a un escepticismo vital que lo incapacita para implicarse en el acontecer de lo que sucede a su alrededor (...) es un espectador que se dedica a especular mientras la vida pasa a su lado aparentemente sin dejar huella ni conmoverlo". Así lo sintetiza impecablemente el prologuista Marcos Giralt (p.11).


En tal tesitura, es difícil simpatizar con David, más bien tengo la impresión de que si el lector detesta una personalidad como la de él, no podrá avanzar mucho en la novela y sentirá ganas de abandonarla. Pero, sin embargo, como también destaca Giralt, sus criterios o posiciones intelectuales en ciertos temas son provocativos y no creo puedan dejar indiferente al lector. Veamos algunos pasajes ilustrativos de este ánimo confrontativo que, brillantemente, pone Carmen Martín en boca de David:


Sentimiento y conocimiento: "Me acordaba de lo que sufrió mi madre, víctima por una parte de la atadura al marido, pero, por otra, y en mayor medida, de no haber mirado nunca lo que pudieran señalarle las palabras de él por atender a la boca que las pronunciaba. O, dicho de otra manera: que si mi madre hubiera querido menos a mi padre, le hubiera entendido mejor..." (p. 48).


Dinero: "...la cuestión del dinero, tratada siempre a la ligera por cuantos aceptan su tiranía. El dinero es, para mi, la mayor fuente de males conocida (...). Todo el mundo habla de dinero. Es el motor que condiciona los más diversos comportamientos (...). Es como un gobernante absoluto e indiscutido, cuyas exigencias hallan eco siempre (...) solamente llegando a suprimir en todos la desmesurada ambición a vivir cada día con más comodidades, se aminorarían en mucho las calamidades del mundo" (pp. 201-202).


Vanidad de los artistas: "Solo se admitía sin discusión la obra de los muertos (...) a mí, en el fondo, me consideraban como muerto, o, al menos, como fantasma, ya que no amenazaba con hacer exposiciones..." (p.232).


Felicidad y amor: "Todo el mundo anda a vueltas con el problema de la felicidad. Se habla de dar mayor felicidad a los pueblos, de mujeres que han fracasado en la búsqueda de la felicidad, de medicinas, espectáculos y viajes para que la gente se rejuvenezca y sea más feliz. Se concibe la felicidad como algo compacto y estable, como una tierra firme donde se sueña con acampar toda la vida.

Para la conquista de esta tierra una de las vías infaliblemente admitidas es la del amor entre hombre y mujer. La literatura de todos los tiempos ha fomentado y respetado sin discusión esta creencia imbuida, sobre todo en las mujeres, desde la infancia con el mismo arraigo que la fe religiosa. Así, el amor, al convertirse en indiscutible panacea de todos los males, obliga a quienes juran haber encontrado, por medio de él, la felicidad, a militar ya siempre al abrigo de ella, como bajo una bandera en la que no se admite mancha ni deterioro" (p. 239). "La felicidad, sobre todo la que proporciona el amor, no puede ser más que atisbada, rozada. Es una sombra movediza, y todo el que no se resigna a admitirla en su condición y pretende fijarla se lleva a casa un cadáver" (p. 240).

Hijos: "...le hice saber que no quería tener hijos nunca (...). De hijos ajenos haría buen padre. Y es lo que le debía pasar a todo el mundo. A ver si se acababan de una vez las historias de la sangre (p.241). No sabría tratar a un hijo propio (...) me equivocaría siempre" (p. 242).

Critica a su hermana, que quería mucho a sus hijos, "demasiado, pero precisamente sólo porque eran suyos, sangre de sus entrañas, y que cualquier otro niño no le importaba más que como punto de comparación. Al contrario, era casi un rival" (p. 242).

Riesgos: En el epílogo, en forma notablemente visionaria, Martín Gaite pone en boca de Daniel -con motivo de un grave incidente con el que viene el desenlace de la novela- una crítica a la sociedad que, en busca cada vez de mayor seguridad, ve más riesgo en todo. Cualquier incidente debe de dar paso a algún artilugio de seguridad o a alguna norma que, supuestamente, minimice su probabilidad de ocurrencia, con el precio consiguiente de alguna forma de constricción de la libertad y de hacer al individuo más tutelado por el Estado y, por consiguiente, más infantilizado.

Psiquiatría: Por último y, valga el tópico, no menos importante, la novela contiene una dura crítica a la práctica psiquiátrica, lo que no lleva aparejado -para mí algo sorprendentemente- ninguna mención al psicoanálisis, siendo David, indiscutiblemente, carne de diván, un caso como para organizar algún sesudo seminario psicoanalítico -preferiblemente lacaniano- al respecto...
En las dos últimas líneas de la página 188 e inicio de la 189 encontramos la más explícita referencia: "El sueño es como una zanja que se lo traga todo. Ahora, después de mi trato con psiquiatras, me he dado cuenta de que ellos saben esto mejor que nadie y que en el sueño, su infalible aliado, fían toda curación. Hacia esa zanja barren los problemas cuya raíz no quieren de veras aclarar. Cuando más puede parecer que se están interesando por encontrar esta raíz con uno, le han dado ya la píldora que ha de llevarle al reino donde vuelve a enterrarse y a ignorarse toda raíz...". Demoledor.

1 comentario:

  1. Bienvenida Evelyn, muchas gracias por su inscripción, ojalá pronto conozcamos algún comentario suyo.

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