Creo que para conocer una ciudad hay que recorrerla despacio, como al cuerpo del (de la) amante, sin precipitaciones, sin seguir manuales, sin aspirar a alcanzarlo todo de una vez, a saciarse...
Otra forma de verlo: Querer conocer una ciudad atolondradamente es como ir a un buen restaurante y creer que si pides muchos platos vas a disfrutarlo más...
Tercera observación: Ir al punto más alto de la ciudad para tener una perspectiva de conjunto...
Viene a cuento esta reflexión porque he estado en Bilbao este fin de semana. La había conocido vagamente hace casi treinta años. La han transformado de una ciudad obscura y depresiva en brillante y estimulante, con el Museo Guggenheim como estandarte, como buque insignia de una reconfiguración espléndida que incluye, por otra parte, haber convertido un río inmundo y sin espacios para pasear en sus orillas, en algo que por instantes, al anochecer, te hace pensar en el Sena...
El Guggenheim es muy atractivo por sí solo, por su arquitectura vanguardista, por su estampa tan singular lo mires por donde lo mires, por su "piel" formada de placas de titanio, por su luminosidad... Por el momento son pocas las exposiciones propias, son sobre todo itinerantes, lo que tiene la ventaja de que con seguridad cada visita tendrá colecciones novedosas...A este respecto, lo que pude ver oscilaba de muy abstracto, o sea abierto a múltiples interpretaciones (y descalificaciones), a hiperrealista, en que uno se queda dudando de que pueda llamarse arte...
No hay comentarios:
Publicar un comentario