jueves, 20 de septiembre de 2012

¿CATALUÑA INDEPENDIENTE?



 El pasado 11 de setiembre, fiesta nacional de Cataluña, la Diada (el gran día en catalán), tuvo lugar en Barcelona una multitudinaria manifestación bajo el lema independentista de “Cataluña, nuevo estado de Europa”. Muy atrás en la historia encontraríamos el origen del espíritu nacionalista catalán, baste recordar que la Diada conmemora la derrota de 1714 contra las fuerzas borbónicas que querían acabar con el régimen autonómico de Cataluña en España, no recuperado hasta la 2ª República de inicios de la década de los treinta en el siglo pasado, nuevamente derogado a sangre y fuego con el golpe de Estado de Francisco Franco, y finalmente restablecido con la Constitución democrática de 1978.


La crisis económica desatada en los últimos años ha agudizado las tensiones entre Cataluña y España pues ha puesto en evidencia la gravedad del desequilibrio fiscal entre ambos territorios: Cataluña genera unos ingresos fiscales claramente superiores a las contrapartidas que recibe en servicios e infraestructuras. Un déficit supuestamente solidario para contribuir a los desequilibrios económicos de las diferentes comunidades autónomas que conforman España. Lo que sucede lamentablemente, y creo que es inherente a la naturaleza humana, más allá de las etiquetas nacionales, es que lo que se recibe sin esfuerzo se gasta también sin esfuerzo, esto es, sin analizar debidamente la productividad del destino de esos fondos. La dependencia no desaparece, al contrario, se crean redes clientelares que aseguran fidelidades políticas; pero pocos avances en dotar a las regiones más pobres de estructuras económicas más sólidas, de manera que la solidaridad interterritorial no se convierta en un permanente y agotador subsidio. Y Cataluña se siente fatigada, aún más en el contexto actual, como decíamos, de graves desequilibrios fiscales tanto en España como específicamente en Cataluña.

El sentimiento de expolio fiscal alimenta el desafecto catalán por España, la sensación de matrimonio forzoso sostenido bajo amenaza, históricamente de tipo militar; ahora, en pleno siglo XXI con España integrada en la Unión Europea y en la OTAN, ya no es de esta índole (lo que no ha impedido al muy influyente periodista de Madrid, Pedro J. Ramírez invocar esa intervención en su carta dominical del pasado 16 de setiembre en El Mundo). Sin embargo, las primeras reacciones a la manifestación independentista indican una vez más una escasa empatía con la reivindicación del pueblo catalán, siempre pacífica, siempre invocando el juego democrático (no ha existido nunca una ETA catalana). Empezando por la reacción inicial del presidente Mariano Rajoy: “es una algarabía”, y siguiendo con el tono general de la poderosa prensa de la capital de España, que viene a decir “esto es imposible y ya van a ver lo que les va a pasar”; o sea, sigan con España por poco que les guste, sino, dicho en tico, “salados”…

Diálogo, negociación, búsqueda de un consenso es la vía alternativa a un proceso secesionista que, efectivamente, será dañino para ambas partes. No será nada fácil, reiteramos, por la aguda crisis económica que exacerba las diferencias y el anhelo de soluciones pseudomágicas. Ni son tantas aquellas, ni existen éstas.

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