Contenida en su expresión, sobria en su fotografía en blanco y negro, brillante en su capacidad explicativa (en menos de noventa minutos), Ida es una película muy recomendable, aparte de lo señalado, por su capacidad para provocar la reflexión (como tantas otras veces apunto, no es cine para entrar con palomitas y nachos), dilatada y profunda como suele suceder al rememorar la mayor catástrofe en la historia de la humanidad: El genocidio nazi.
En Ida el bisturí cae, uno, en la conducta de supuestos cristianos con sus congéneres judíos; dos, en otra catástrofe socio-política: Vencer al nazismo y caer en el estalinismo... En el plano propiamente individual, Ida pondrá a prueba, justo antes de ratificar sus votos de novicia, su vocación de entrega en cuerpo y alma a la vida conventual.
El cariz y el calado de las experiencias que vive Ida, en apenas una semana, tanto en el plano social como en el íntimo, tienen suficiente hondura como para permitirle confirmar o no su entrega a un proyecto de vida determinado.
El cuadro que nos presenta el director, Pawel Pawlikowski -premiado con el Oscar a mejor película extranjera-, logra provocar en el espectador interrogantes significativos, más allá de que la acción transcurra en la Polonia de 1.961. Un logro de auténtico arte.
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