Cerrábamos la última entrada hablando de un pacto con el diablo, que en el contexto de la guerra civil siria, sería el rol jugado por el presidente ruso Vladimir Putin, que quiere controlar Siria -en el corazón del Medio Oriente- sosteniendo al dictador Bachar Al-Assad.
Masha Gessen en el New York Times del uno de octubre pasado, apunta lo que, a su juicio, quiere Putin: Mientras se muestra como aliado para enfrentar la amenaza del Estado Islámico (también a menudo citado como Daech: acrónimo, en lengua árabe, de “Estado Islámico en Irak y Levante”), distraer toda atención de su injerencia en Ucrania y, si se presenta el caso, en algún otro territorio de la ex-Unión Soviética. Así, restaura "la dignidad de Rusia", "resucita su condición de gran potencia" (frases esas de Andrei Kolesnikov en Project Syndicate del 4-10-15), y le fortalece notablemente a lo interno de Rusia, en donde la ciudadanía sufre las consecuencias de la drástica caída de ingresos por la baja en el precio internacional del petróleo.
Por el momento, Putin está arreciando los bombardeos en zonas supuestamente ocupadas por Daech, pero la OTAN denuncia que, en absoluto, que lo que está atacando son las posiciones de las fuerzas opositoras a Al-Assad. Jean Pierre Filiu en Libération (9-10-15), advierte que, con ello, Daech conquista esos territorios y "Putin abre un boulevard al horror yihadista"...
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