Una cualidad muy importante del arte es que te ayuda a entender la vida a través de muy variadas formas de expresión. El cine y la literatura son mis formas predilectas. Las historias cinematográficas nos trasladan durante hora y media, dos horas, a la vida de otros y, el buen cine, pretende que después de este viaje estés en condiciones de comprender más al prójimo, de que seas más capaz de empatizar, de ponerte en su lugar y, en alguna medida, seas una persona más solidaria y menos prejuiciada, que no incurramos tan a la ligera en aquella advertencia bíblica sobre nuestra facilidad para ver pajas en ojos ajenos y no ver vigas en los propios...
Esa reflexión nace de Moonlight (Barry Jenkins, EE.UU. 2016) que nos narra con tanta crudeza como ternura la tortuosa vida de Sharonne. Los fugaces episodios de cariño -interpreto- son los que lo han salvado de un irremediable despeñadero y, también, le permiten abrir su corazón para perdonar a su madre.
En ausencia del cariño humano, Sharonne ya desde niño, siente que toma fuerza con la atmósfera azulada de la luz de la luna que,por instantes, nos hace a todos iguales...
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