The Children Act (Richard Eyre, RU, 2017) es de estas películas que, ya saben, si aquí aparece reseñada es porque me obliga - a veces después de andar un rato arriba y abajo por el apartamento- a coger el bolígrafo -nunca digitar de una vez- y tratar de ordenar la agitada mezcla de imágenes y diálogos para tratar de convertirla en un texto...
La juez Fiona Maye aplica la ley que protege al menor, Adam, que casi cumple los dieciocho, y otorga permiso a un hospital londinense para que proceda con las transfusiones de sangre que requiere para intentar que sobreviva a la leucemia. Transfusiones que sus padres, y él mismo aparentemente, no desean de acuerdo con su fe en la Palabra de Dios, según la interpretación fundamentalista que le dan los Testigos de Jehová.
Aunque la ley es clara en cuanto a la prioridad del bienestar del menor por encima de cualquier otra consideración o, en palabras de la juez, la conservación de la vida está por encima de cualquier apelación a la dignidad de la misma, Fiona decide visitar a Adam y conocer de su propia voz qué piensa acerca de esta disyuntiva en que se juega su vida. Es un caso insólito que, cavilando y contextualizando, creo que cabe tildar de acto de amor. Contexto: Acaba de desatarse una crisis matrimonial pues el marido, Jack, le anuncia/advierte -también algo poco usual- que va a correr una aventura de infidelidad. Fiona es incapaz de reaccionar tan absorbida como está en su trabajo, en el que han venido presentándosele casos muy complejos (la película abre con su veredicto acerca de la separación de unos siameses). Volviendo al acto de amor: Fiona no sólo interpela al joven Adam sobre sus creencias, sino que acaba cantando un poema de William Yeats, nada trivial, a los acordes de la guitarra que toca Adam.
Esta visita -y el restablecimiento de su salud, claro- le cambia la vida a Adam, que quiere a toda costa estar cerca de Fiona, artífice de su supervivencia; pero también causante de una ruptura profunda con sus padres, pues Adam no puede entender cómo estaban dispuestos a sacrificar a su único hijo por una creencia que, su retorno a la vida y su disfrute, se le convierte en incomprensible.
El acto (en inglés podríamos jugar fácilmente con que "act" es acto y es ley o resolución) tiene consecuencias. Ahí es difícil no detenerse en una honda reflexión sobre esa delicada ofrenda: Cómo será percibido, interpretado, este gesto de afecto, de empatía, de compasión...de amor (¿?). Porque Adam así lo recibe, y se lo dice: "La ley es clara, le bastaba estampar su firma y sello en un papel...".
Señalábamos al inicio que apenas semanas le faltaban a Adam para ser mayor de edad. Ya sabe que ahora ningún adulto puede interferir, o lo puede detener, en su libre albedrío...También será en nombre de la ley -¿a falta de amor? ...no creo, ¿a falta de la respuesta que su amor anhela, si acaso?- que decidirá su destino...
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