domingo, 18 de noviembre de 2018

UNA NOCHE EN EL CEMENTERIO...

Lincoln en el Bardo de George Saunders (Planeta Seix-Barral, 1a. ed. México, 2018) fue galardonada el año pasado en Estados Unidos, y recibió críticas muy elogiosas, que en sus frases principales aparecen, como es usual, en la solapa del ejemplar. La propuesta es muy original pues sucede, en una noche, en un cementerio, en donde enterraron en horas previas al hijo de Abraham Lincoln, Willie, hecho verídico. Los protagonistas son los espíritus que pululan por el camposanto.

Es de admirar el conocimiento de Saunders sobre este más allá, y la novela tiene momentos emotivos y notables (que apuntaremos más adelante); pero también pasajes en los que los diálogos se hacen difíciles, entre absurdos e indescifrables. Me esforcé en terminarla... Claro, se trata de espíritus, en una muy particular (y desconocida) realidad, mayormente confusos acerca de su estado actual. Saunders tal vez soñó las situaciones que desarrolla; pero, a mi me parece que sus apreciables nociones sobre esta dimensión desencarnada las obtuvo conversando -y no poco- con personas dotadas de mediumidad...

¿Qué sucede en ese espacio sobrenatural? Ahí van algunos pasajes destacables, con indicación de la(s) página(s) en la edición señalada al inicio: Los seres ya desencarnados sienten con intensidad las muestras de afecto que reciben sus cuerpos ya sin alma, incluso se sorprenden de ser abrazados o acariciados en una forma que no lo habían sido en vida (89), expresiones que se prolongan en las exequias y, posteriormente, siempre que son recordados (91).

Espíritus diabólicos que, por ejemplo, toman la forma de seres muy queridos, los abordan para intentar llevarlos a lo que, en términos cristianos, diríamos el infierno; les hacen promesas de que lo que deseaban en vida, ahora lo van a alcanzar multiplicadamente, como nunca lo hubieran llegado a soñar (114-125).

Curiosamente, una escena propia de purgatorio -de nuevo, para entendernos, en la creencia cristiana- sucede en página 159, donde un ex-cazador paga su karma (ahora, perdón, en términos budistas) con los cientos de animales que mató. Y se nos ratifica  ese estadio de purga -a mi manera de entender... y creer-, en la reflexión de un reverendo (no textual): No comprendo todavía por qué he sido condenado, por qué estoy aquí, qué maldad habré cometido (334).

En definitiva, una novela muy siglo XXI, rigurosamente postmoderna -por ponerle una etiqueta reconocible- propia de nuestros tiempos repletos de incertidumbre, de búsqueda de nuevos relatos, de realidad líquida. En este caso, etérea; no por enormemente desconocida, menos real...


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