domingo, 31 de julio de 2011

ENCUENTRO CON UN INDIGENTE...

Domingo en la mañana, salgo a caminar, de regreso, para acortar, tomo la vía del tren, algunos recodos muy solitarios, repletos de basura...En uno de ellos, un hombre de unos treinta años está revolviendo unos escombros, coinciden las miradas, me saluda educadamente, le devuelvo el saludo, añade "perdone, le puedo hablar un momento...", sí, claro le digo, pues no siento ningún temor, el lenguaje de las miradas es poderoso, si uno le presta la debida atención...

Me viene a decir que ya superó las drogas y, con ello, asaltar para financiárselas; pero que llevaba un rato inquieto, poniéndose nervioso, que hablar le haría bueno. Como suele suceder, y si uno es creyente lo entiende perfectamente, en un momento determinado -parece que después de que su hermano fue asaltado y le robaron el carro- se propuso cambiar con la ayuda de Dios, reforzando su fe en Él, comprendiendo cabalmente qué es ser hijo de Dios, interiorizando que la Justicia Divina es eso, justicia, nada que ver con la inabarcable injusticia de la justicia humana, valga el juego de palabras. Utilizó un lenguaje bastante cuidado, sus gestos, su lenguaje corporal también...Nos despedimos, me agradece que le hablara con naturalidad, prestándole atención, pues lo veía en mis ojos que así era, sin temor, sin prejuzgarlo...

Un ser humano valioso, mucho más que la inmensa banda de altos ejecutivos de las finanzas, políticos y economistas que han abocado al mundo a la gravísima crisis en que nos encontramos.

Tal vez otro día hablaré del encuentro con la prostituta -fortuito, por favor, no por negocios-, que también me ayudó a reforzar mi fe, mi creencia, en lo que es auténticamente de valor en un ser humano: Esa prostituta valía cien veces más que cualquiera de sus clientes...

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