A medida que la soledad se hacía más profunda, se poblaba más de fantasmas que llenaban el vacío. Se sucedían en su imaginaria presencia casi como en una procesión. Se cumplía el ciclo de visitas, y lo cerraba con una invocación sagrada; así como mostrarle la cruz al vampiro...
La aparición de la fantasmagoría se favorecía, en algún caso, con un símbolo material. Uno muy particular le arrancaba una sonrisa inefable: La silla cuyo respaldar cedió un par de centímetros como resultado del frenesí carnal...
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